Calla, que está hablando la roca
con sus voces eternas.
Calla, que está llorando la roca
sus siglos cristalizados
inmensos, profundos, lentos…

Dice que sus momentos
e intervalos
son los momentos
de una vida más grande.
No digas nada
que escucho
sus suspiros de sangre,
gigantescos y dolorosos.
Calla, que se queja la roca
porque la gravedad omnívora
del tiempo,
al pasar la va hundiendo
en una evolución inversa.

De la certeza a la paradoja
y de la paradoja a la doble paradoja,
salto cuántico en la mente y de la mente
más allá de sí misma,
de la ciudad murada
el exorcismo frente al cementerio
en pos de la montaña sagrada
del no saber

Un saber que es un no saber
-paradoja del intelecto-
haciéndose no intelecto
suprimiéndose como intelecto
para poder conocer el enigma
de lo que no puede ser conocido
para concebir lo inconcebible
que es más inconcebible aún
al concebirse un concebir sin saber;
del mismo modo que se concibe
una nueva vida sin un saber,
cómo sin ella misma saber de su concepción,
sin yo saber que ha sido concebida
con el misterio en el mismo centro de su corazón
como su átomo nuclear

Es y no es
no es y no no-es
pero definitivamente no está.

Sin embargo, nada de lo que es
podría ser sin que el misterio esté
y no esté primero
porque ese no estar y no dejar de estar,
ese no ser y no dejar de ser,
abre el camino para que el ser sea.

Este sentir de profundidades oceánicas
ondea en las entrañas de mi yo perpetuo:
distancia y cercanía en abrazo solemne.
Tiempos y espacios inéditos se saludan
en el sacratísimo templo de la inmensidad
que sorprende por no ser buscada
y envuelve como primera madre sin nombre.
Sin ningún otro nombre que este sacro sentir
de su callada presencia amorosa
inseparable de la mía misma.

¡No! Calla…
Faltan silencios.
Sobran palabras.
Nos ahogamos en un mar de palabras
tan vacías como un silencio,
que no es el silencio que falta
el que se nos muere por dentro
por falta de oído.

Agua de mar a río refluye.
Sí de mar a río.
En cósmica inversión de lágrimas
que saltan del mundo a los ojos,
que se encampanan
hasta llegarme a la cumbre del alma.

Dolor dulce y tierno este es.
Cuando el mundo se vuelca,
se para de cabeza y todo lo niega.

Ay, el mar trepa por el río
en ascendente cascada.
La escarpada pendiente de los montes escala
y los peces gozan soñando con nadar
sobre la copa de un roble florecido
como un helado de fresas.

El río es mar que ríe subiendo
hasta su comienzo.

Afuera lo cotidiano parece verdadero;
El mundo lo rigen los ecos,
la interminable repetición de mismidades
y tedios habituales, corteses, útiles y redondos;
esferas perfectas en un sistema galáctico
en el que los huecos negros se tragan
lo distinto, lo único, lo particular,
donde las cosas pierden sus nombres
y se confunden unas con las otras.

Adentro la niña practica sus escalas,
ensaya una abstracción en tonos de esperanza.
Mide las distancias entre los pensamientos,
y toma flores de su jardín secreto
para un jarrón hecho con luz de ventanales veraniegos.

Más adentro aún, mide el diámetro
de los universos que nacen de su espíritu
en parto celeste, del caos al cosmos,
y asigna órbitas a planetas y a pájaros y a estrellas,
a versos y a amores inefables
que en silencio nacen y cantan como coros extáticos.

Infinito alado de mis ensueños.
Surges como un fénix de mis llagas ancestrales.
Ven, pájaro cósmico. Ven a llenar mis soledades.
Ven ahora y levántame en vuelo raudo
sobre el vivir de los hombres y las constelaciones,
a ese espacio sin dimensiones,
a ese lugar sin ubicación ni definiciones.
Ven esta noche, pájaro de filigranas cristalinas.
La vida es un hueco que necesita llenarse de luz.
Cometa de mis sueños, te espero acostada sobre la arena,
entre caracoles y cocolías juguetonas.
Dejo que el mar me lama como un perro su llaga.
¿Qué es el hombre sino una llaga sangrante en medio del universo?
¿Qué, sino la forma sólida y visible de la agonía?
La savia de la vida se me escapa.
El fin se acerca y me acechan las oscuridades de la noche cósmica.
No quiero despedirme sin haber visto tu cara,
ni haber gozado el raudo vuelo de mis alas invisibles.
Ven. Te espero. Mi alma muere sin ti.

La fragmentaria incertidumbre surge a repartir
su tormento cotidiano como un revendón cualquiera.
Al que lo quiere y al que no, repartición sin más criterio
que la propia naturaleza del mundo y de la vida.
La dosis diaria recogida en el dolor del no saber
como en copa dorada paliativa.

No puedes engañarme, sé a qué vienes; quién eres,
Se de tu surco inevitable.
No puedes sorprenderme, tomarme desprevenida.
Te conozco como una condición inseparable de la vida,
de mi vida
que se ha estrellado contra la muralla de la falsa certeza.

Pero, no importa, ven, quiero beber mi porción.
Quiero estar viva.

No importa, acércate, no temo tu presencia.
A fuerza de mirarte los ojos de vacío,
de acariciar tu mano ensangrentada,
somos amigas.

No temas. Ven. Ven, que yo seré tu certeza y tú la mía.

Ver el rostro del hombre,
el otro rostro escondido detrás de su semblante,
el otro rostro olvidado detrás de la coraza
de palabras y ademanes, y del disimulo triste de su vida…

Ver el rostro del hombre,
el de la mirada asustada detrás del antifaz
con que quiere mirarse,
el que no puede verse en un espejo…

Ver el rostro del hombre,
la faz de ese que tiembla en la oscuridad
diciéndose, diciéndome, diciendo a todos
sus mentiras-verdades…

Ver el rostro del hombre,
el otro rostro de niño desterrado,
solo sin sí mismo, en el universo
con ojos de estrella que miran las estrellas
a través de las lágrimas,
soñando con un lugar perdido y lejano…

Ver el rostro del hombre
-como el mío-
estar con él detrás de su antifaz,
ser tocado por las manos de su soledad
a oscuras en su jaula de arterias, tendones y huesos…

Ver el rostro del hombre
es amarlo.

Surgío como una chispa azul
sondeando el espacio
como un náufrago sol.
Le brotaron alas
al atardecer
y cantando quedó una tarde.
En raudo vuelo se elevó más allá
de las tierras y cosas que nacen y mueren
y circulan como el aire
de baúles viejos al infinito espacio
de los renacimientos.
Y la soledad se quedó esperando
por otro ingenuo que la acompañara.

Amado mío
no turbes el silencio.
Mira qué bello es
el nacimiento de la nada.
Mírala como surge de su nadidad
y nos embriaga con su plenitud.

Cómo brota como el chorro fresco
de una fuente que no está en ningún sitio
y está en todos.
Cómo llega sin venir de parte alguna
otra que de sí misma,
estando como siempre ha estado
Aquí
al rescoldo de todas las cosas,
como el fuego divino,
como la antorcha que ilumina toda oscuridad.

Escúchala. Calla.
Su palabra es la luz y la sustancia de la vida.
Vibrante de luz como cielo estrellado
surcado por cometas gloriosos.
Como el amor, igual que el amor es la sustancia
que nutre, que nos carga en sus brazos,
que nos amamanta, y nos revela aquella vitalidad
primera, total, absoluta y sin nombre
que es el amor.

Baja –o sube, no lo sé- el sol
del otro lado, auscultando
con sus lenguas tentaculares las cosas.
Despertando el sentido de cada una.
Devolviendo caras y siluetas.
Retornando el sentido a lo insensible
que se olvidó de sí mismo durante la larga noche,
para que, conociéndolo,
se desconozca a sí mismo otra vez;
pero de una nueva manera,
con una inocencia sin estrenar aún.

Del viento, eslabones recadeno
las viejas palabras
que me trae.
Sorpresivamente.
Nombres y verbos, adjetivos y adverbios
encadenados, subterráneos,
destapan sus sudarios
y flotan hacia cosas y tiempos suyos,
fluyen hacia sus nuevas conexiones,
retejiéndose con nuevos hilos,
a nuevas caras luminosas,
como fantasmas reprocesados
en estreno de identidades.
No la repetición del antiguo
tedioso y conocido zumbido,
sino nuevos bautismos buscan.
No una reconstrucción literal,
sino una recreación recién traída
y recién nacida y editada
por los calados ventanales del memorar.
Nombres y rostros sin ensayar,
sin guión ni libretos,
improvisaciones reflectoras
de su fugaz tránsito
por la escena.

En el principio hubo una palabra
que lo decía todo.
Macho y hembra era esta palabra
que desde el infinito
vociferaba en el silencio de la nada
su continuo parto de significados.

Una palabra
que significaba todo lo que era,
había sido y podría ser.

Y la palabra murió de parto.
y los muchos significados prohijados por ella
se creyeron palabras autónomas y omnipotentes
como aquella primera palabra: Madre.

Ahora bien. Cuando la primera palabra única paría,
significado y significante
eran gemelos idénticos.
La cosa se hacía al mencionarla
y persistía en su eco.
El universo existía en su duración.
Las cosas eran las reverberaciones de la palabra.

Porque la palabra era igual
a todas las cosas.
El todo del todo.

Sus hijos quisieron perpetuar la dinastía,
la supremacía de la palabra.
Pero la muerte de la primera palabra
había hecho que toda palabra póstuma
sería también cadáver y mentira.

Pues la primera palabra era la cosa misma,
pero las demás no eran
siquiera sus parientes cercanos.

Sus palabras eran siempre esféricas u ovaladas
como huevos filosofales o sistemas solares
y universos
con la perfecta forma de trazos infinitos.

Ramillete de estrellas siempre traía
en su verbo,
y soles brotaban en pequeñas explosiones
lumínicas.

Su risa era como el divino croar cósmico
de la rana multípara y preñada
que salpica sus huevos
con la luz de las lunas.

Siempre vertía manantiales de luz
sobre mis sequedales y mis noches oscuras.

Hoy vuelvo a escucharlas.
Son como una mano bendita
que se tiende de puente entre las estrellas y mi alma,
al fin vuelvo a encontrarlas…

okeefe darkHuele a mar esta piedra
venida del mar …
que me anunció su espera desde niña,
a ese mar que desde siempre espera mi llegada
hasta la piedra
hermana de mi piedra,
la que bañada en un mar viejo,
tumbada entre corales,
dice mi nombre solitaria.

moon¿Cómo voy a decirte,
-después de tanto tiempo-
que la luna está ciega
por un astro distante,
que se adorna con flores
y se pinta la cara, y esperándolo
pasa las noches
perfumada en la playa?

¿Cómo hacerte creer
que la escuché llorando tras una nube blanca;
y sus lágrimas agrias
inundaban los mares
y agitaban las barcas?

¿Podré hacerte entender que está desesperada
porque su astro está preso
en la elíptica trama
de una inmensa galaxia,
voraz inmensidad que se lo traga,
y sus brazos estira tratando de alcanzar a su luna
a través de infinitas distancias?

¿No puedes comprender
que las lunas, soles y planetas,
y los solitarios turistas de las vías galácticas
prisioneros son de excéntricos arrastres,
y oscuras gravedades pueden arrancarles
de sus rutas marcadas?
¿Es que piensas tú que los astros no aman?