Hombre, cristal del mundo
en cuatro azogues
en que se mira dios midiendo
cuatro tiempos;
desde tus pies
clavados en el tiempo
pasas como el fragmento de
algún tiempo mayor,
sin sospechar siquiera
tu duración eterna
sin más límites
que las fronteras de tu ensueño,
eres la estación plena,
luz encarnada en las densidades
de tu cuerpo,
la estación silenciosa
y la luz del silencio.

Hombre – cristal,
Escucha tu silencio
– milagroso –
escucha tu secreto.

En tu callar se esconde
El universo.

Se ha tendido lo azul gigantesco
largo y ancho
de esquina a esquina,
de lado a lado.

¿Para qué se ha puesto tan quieto
al alcance de mi mano?
¿Para qué se ha subido hasta mi ventanal
y lo ha llenado?

Se tragó las persianas. El dintel,
las cortinas de encaje ha borrado.
El tiesto y sus flores a la nada han pasado.
Mis ojos del libro arrancó
como un gran magneto
y me ha arrastrado consigo a su centro.
Me ha tragado.

¿Cuánto tiempo atrapada en su corriente he pasado?
No sé…
No sé lo que es tiempo.
No sé lo que es nada.
No quiero saber de las cosas,
sus nombres y formas,
y sus movimientos que no son de lo azul,
que no vienen de lo azul,
que no van a lo azul,
que no viajan en su etérea corriente,
apenas espejo, apenas imagen, apenas reflejo.

Insustancial y vacuo,
como un lienzo virgen me parece todo
lo que no está aquí.
Aquí en lo que soy.
En eso azul que soy,
y que todo es y está y permanece,
puro y sin tiempo.
Aquí, en esto azul sin nombre ni rostro,
sin cuerpo ni sangre.
Aquí, en esta divina nadidad.
¡En esta divina nulidad de lo azul!

Estoy aquí.
Voy a dejar que la canción me cante
con su melodía y su ritmo.
Y atrapada en su red y vibrando,
cabalgaré en las ondas
que esparce al infinito.
Así daré la vuelta al universo
cien veces, tal vez mil;
y quedaré desfasada
en mil renovaciones
para caer nuevamente aquí,
depurada y vacía,
a esperar el venir
de la estación mayor.

Estoy aquí. Trepada en una cumbre.
Voy a dejar que el tiempo me deshoje
y que vengan los pájaros
a robar mi semilla.
Aquí estaré esperando
hasta que la tormenta llegue
y desgaje mis ramas,
y el relámpago salte con su filo de plata
en mi tronco y lo parta.

Quedaré aquí bajo la lluvia recia
bañándome, sin cuerpo ya.
Solo raíces…
Y una fiebre de vida surgirá de la tierra,
brotando toda verde y fronda nueva
como un espejo de divino azogue
en la nueva estación.

Voy a quedarme aquí muy quieta
a la espera del divino susurro
que surge de la gota
y se esconde en sus luces.

Voy a quedarme acostada boca arriba
con las palmas abiertas en el medio del mundo,
y en silencio absoluto,
a esperar el soñar
que ha de soñarme
y el cantar
que ha de cantarme
más total y más plena.
Por la íntima cuerda que ha de vibrar
en cósmica armonía
en la nueva estación: es la promesa.

Ha de llegar una nueva estación
de tiempo entreperlado
entre ensueño y recuerdo,
entre gozo y angustia,
entre traición y olvido.
Una nueva estación
en el oblicuo resquicio del tiempo
que fue y el tiempo que será.
Llegará enhebrada
con el hilo finísimo de este frágil ahora
de este fugaz y permanente momento.
Llegará como novia purísima
al altar de una eterna alborada;
y en su llegar estaré yo
llegándome a mí misma;
conociéndome en un no saber nada
que todo lo abarca.
Recordándome yo en el olvido,
olvidándome yo en el recuerdo,
a la nueva estación
que es la vieja y la única
estación de mi año,
la más alta y más baja:
el despertar de la nueva estación.
El despertar de las alas.